Dios hizo al perro especialmente para el hombre, y para que se sintiera atado a su perro le agregó a éste la capacidad de hacer ciertas contorsiones y movimientos con la cabeza, con la espalda y con el rabo que, sin tener relación alguna con los pensamientos del alma, dan naturalmente al hombre el sentimiento de que su perro le quiere y le halaga.